Armando Armero: El elogio a la locura

Por Carlos Lleras de la Fuente
Periódico El País.

 

San Lorenzo, San Lorenzo de Armero y luego, simplemente Armero, fueron las sucesivas denominaciones de esta desafortunada ciudad, sepultada por el enorme deslizamiento en el área del Volcán Nevado del Ruiz, que la sepultó con 20.000 de sus habitantes. 

Esta tragedia conmocionó el mundo entero y las fotografías de Omayra se reprodujeron con dolor en los medios de todos los países. Yo, personalmente, siempre me sentí vinculado a esa tierra tolimense, pues llevo con orgullo, entre mis apellidos, el de Armero que en honor de José León se dio como nombre a la ciudad. 

Armero es prócer de la patria; combatió sin descanso a los españoles como Presidente que fue del Estado Soberano de Mariquita, que comprendía parte importante del Tolima y fue capturado y fusilado por Murillo en 1816. Su prima hermana, Dolores Fernández Armero se casó con mi bisabuelo el general Emigdio Briceño. 

De otra parte, el primer viaje largo que hice en mi niñez, fuera de ir a Apulo y más allá de la Sabana de Bogotá, fue a esa próspera ciudad. Mi tío político, Gustavo Camacho, tenía una magnífica casa (La Inca) en el centro de la población y en arriendo de los Ferrocarriles Nacionales los patios para secar el café que venía de dos haciendas de la cordillera: Colón, abierta y explotada por el General Rafael Camacho Lozano, ubicada en Santa Isabel y El Placer, de propiedad de mis tías abuelas maternas. 

Viajé a los cinco o seis años con mi padre, en flota, por la más tortuosa carretera que recuerdo, la de Cambao, que llegaba a la estación de planchones sobre el río Magdalena donde, si por casualidad no había huelga, pasaban esos marinos de agua dulce el bus y a sus pasajeros al otro lado del río, al medio día, con más de 40 grados a la sombra de temperatura; fue una experiencia que recuerdo con horror pero a mi padre, experto en las lides políticas, no lo afectó tanto como a mí. 

En otras varias ocasiones fue toda la familia a veranear a La Inca junto con algunos amigos; el éxito enorme del paseo eran los desayunos de tierra caliente (que es de lo poco salvable de dichas zonas tropicales) consistentes en enormes tajadas de carne con patacón, chocolate con pandeyuca y otras delicias. 

Pero bien, todos esos recuerdos murieron temporalmente con la tragedia pero no quedaron enterrados por el lodo. Es por ello que tanto amerita conserva sus raíces, por supuesto más auténticas que las mías y que un grupo de gente encabezado por el periodista y colaborador mío en El Espectador, Francisco González, ha creado la Fundación ingeniosamente denominada ‘Armando Armero’ que busca reconstruir la memoria de la población, promover el desarrollo social y económico de la región por medio de la cultura y la educación y crear conciencia sobre la prevención de catástrofes naturales. 

Creo que le debo a Colombia y a la tradición de mi familia dedicarle parte de mi semi-retiro a colaborar pro-bono con estas entidades de utilidad común y metas idealistas y así lo haré en este caso. Y usted, lector ¿Qué?

 

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