Por Jineth Bedoya Lima
El Tiempo
Las ruinas de Armero están llenas de maleza y de recuerdos. Aún se conservan algunas calles de la que fue la más próspera ciudad del Tolima después de su capital, Ibagué.
Por entre las toneladas de rocas que arrastró la furia de la naturaleza, desde el volcán nevado del Ruiz, hasta el centro de la ciudad blanca –y que aún se mantienen en el mismo lugar–, el escritor Francisco González se pasea recordando dónde estaba ubicada la oficina de su padre, el reconocido abogado Alfonso González Rengifo.
La noche de la tragedia, el 13 de noviembre de 1985, cuando el volcán hizo erupción y acabó con el pueblo y con la vida de cerca de 25 mil personas, Pacho, como le dicen sus amigos, o ‘el buscador de niños’, como lo bautizaron los sobrevivientes de Armero, era un joven de 23 años que estudiaba en Bogotá.
“Había salido de mi pueblo a prepararme como abogado, pero terminé estudiando literatura en la Javeriana. Semanalmente mi padre me enviaba frutas desde Armero y me pagaba un modesto apartamento en Bogotá para que yo me hiciera profesional. Pero el 13 de noviembre los sueños se derrumbaron…”, relata Francisco.
La mañana del 14 llegó a buscar su casa y a su familia, pero el lodo lo cubría todo. “Empecé a buscar a mi padre y había tantos muertos entre los escombros y el barro mezclado con la lava que veía su rostro en todos los cuerpos –relata–. Vi que había 15 cuerpos, uno encima de otro y no pude más. Entonces, ubiqué una piedra, me senté cansado, miré al horizonte y me hablé a mí mismo: ‘Ya no tengo pueblo’ ”.